sábado, 29 de septiembre de 2007

Algo de lo que no abandona la memoria

Hace por lo menos diecisiete años, en algún suplemento literario nacional, topé con un ensayo pequeño en el que se hablaba de narrativa “fractal” y se mencionaba, entre otros nombres, el de un atípico escritor originario de Brooklyn (New York): Paul Auster. De algún modo, lo poco que ahí se decía debió ser atractivo para mí, de manera que busqué infructuosamente sus libros por un tiempo. Meses después, llegaron a mis manos The Invention of Solitude y The New York Trilogy, en sobrias ediciones “paperback”. Mi entusiasmo fue inmediato.
---Poco después, algunos escritores mexicanos comenzaron a abordar su obra (que ya se editaba en España, bajo el sello editorial Anagrama, y comenzaba a circular en este país). Federico Campbell publicó un ensayo excelente acerca de La Invención de la Soledad, y yo tenía ya en mis estantes Leviatán y esa pequeña joya perturbadora que es La Música del Azar. Gracias a otra inolvidable persona, conseguí una copia de The Art of Hunger, una reunión de ensayos y entrevistas que me acercó un poco más al modo como Auster mira la literatura y a sus atractivas (o desconcertantes) obsesiones como lector.
---El Palacio de la Luna, En el país de las últimas cosas y Mr. Vértigo, confirmaron que Auster no había llegado como un inquilino convencional al templo bizarro de la novela norteamericana. Fanático del béisbol, lector devoto de Kafka, Hamsun, Borges y Cervantes, cuando terminó su carrera embarcó como simple trabajador en un carguero en el que recorrió buena parte del globo, trabajó como “negro” literario en Francia y fue ahí donde comenzó a escribir, aunque no lo parezca, poemas. Después de El cuaderno rojo –iluminador– y Why to write, pude leer su poesía completa, Disappearences, que años después se editaría en español bajo el sello de PreTextos.
---De su aventura pasajera (hace poco retomada) en el cine puedo decir poco, pero me encantan la película Smoke de Wayne Wang (también la versión cinematográfica de La Música del Azar, con Mandy Patinkin y James Spader, aunque no sé cuál fue exactamente su rol en la produccion salvo por un cameo en el final de la cinta) y su secuela (dirigida por él mismo) Blue in the face.
---La “fiebre” Auster, que con los años se ha incrementado en sus lectores de lengua española (a pesar de algunas lamentables traducciones), se origina –creo– en una puesta en juego de múltiples apariencias de lo real, cuyas conexiones van signadas por el azar, la infrecuencia y la interferencia de los universos ficcionales de la tradición en nuevas historias donde los personajes hallan su determinación en todo aquello que no se supuso jamás que debía o podía siquiera ocurrir.
---Habrá que esperar, después de Tombuctú, Experimentos con la verdad, El libro de las ilusiones, La noche del oráculo, Brooklyn Follies y Viajes en el escriptorium qué nuevos rumbos toma la escritura de este imprescindible escritor. Me agrada recordar sus palabras en una reciente entrevista: “La escritura enseña mucha humildad. Las malas oraciones, las ideas fallidas, los esfuerzos vanos… Detrás de cada libro hay carnicerías, incendios y naufragios”. Le debo, como muchos, lecciones inapreciables y momentos de lectura que no se irán de mi memoria.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Amor

Mi manera de amarte es sencilla:
te aprieto a mí
como si hubiera un poco de justicia en mi corazón
y yo te la pudiese dar con el cuerpo.

Cuando revuelvo tus cabellos
algo hermoso se forma entre mis manos.

Y casi no sé más. Yo sólo aspiro
a estar contigo en paz y a estar en paz
con un deber desconocido
que a veces pesa también en mi corazón.

Antonio Gamoneda
Libro del frío (1992)

martes, 25 de septiembre de 2007

3. As if

Es como si amáramos.
Es como si sintiésemos.
Es como si viviéramos.

Esto fatiga.
Hasta se ansía un error.
Puede que al equivocarse,
los actores rocen la verdad.

Rafael Cadenas
Memorial (1977)

lunes, 24 de septiembre de 2007

Nostalgia de por la tarde

El que tenía costumbre de poner las manos
sobre la mesa blanca junto al pan y el agua,
traje rugoso de fervor y alpaca,
y aquella su esperanza filial en los domingos,

ya no conmueve nunca el suave pensamiento de la fronda
con el doblado consejo de su paso.
Y el taciturno banco entre los álamos dormido
y aquel campito hirsuto a quien las lluvias respetaban.

Qué tedio los sepulta como la muerte a los ojos
que no los cruza nunca la bendición de unas palomas,
que tengo que soñarlos, mi amiga, tan despacio
como quien sueña un grave color que nunca viera,
como quien sueña un sueño y eso es todo.

Porque quién vio jamás
pasar al viejecillo
de cándido sombrero bajo el puente
ni al orador sagrado en la colina.

Yo vi al lagarto de liviana sombra
distraerse de pronto entre su sangre,
quedar inmóvil, sí, tumbado,
pesando e incapaz de confundirse ya nunca con la tierra.

(El que tenía costumbre de cruzar las manos
sobre la mesa blanca para mejor mirarnos,
su mueca de morir cuándo la he visto,
su mueca parda.)

He visto al pez de indestructible púrpura,
en la mañana arde como criatura perpetua de la llama,
olvida los trabajos mugrientos de su sangre,
yace perfecto y la madera sagrada lo levanta.

Pero quién vio jamás
el ruedo misterioso de tu falda
mientras cortas las rosas en la tarde
ni el roce y la tristeza de la lluvia
como un ajeno llanto por mi cara.

Porque quién vio jamás las cosas que yo amo.

Eliseo Diego
Obra poética (1994)

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Más perorata

La impúdica belleza de los trastos o una mañana húmeda y oscura pueden deshacer el ánimo de cualquiera, cierto, pero no todos somos susceptibles de comunicarlo, decirlo de modo que otro posible rescate un ápice de aquello para combinarlo con lo suyo propio (el agua de avena bebida algún día o el olor de alguna flor mítica de la infancia). En esa capacidad probable de referencia vívida es que se ampara mucha de la actividad de los artistas, aunque, justo es decirlo, cuando digo referencia hablo de aquella que “nutre” lo que busca comunicar, que lo “desnaturaliza” al punto que lo vuelve “otra cosa”. Además, sugiero que en este proceso interviene muy poco (o nada) la voluntad del creador, al menos en aquello que consigue despertar el ánimo en el lector o espectador, lo que excita su curiosidad y lo aleja de la obligación (cualquiera que sea su naturaleza: personal –siempre engañosa– o institucional –perjudicial con frecuencia–).
---Para el artista de cualquier disciplina resulta fundamental no desconocer los procesos técnicos y su evolución de acuerdo con su área de desempeño, cierto, pero también debiera serlo el reconocer, lidiar y personalizar su relación con el momento opaco y tormentoso que le llama a realizar lo que hace. Esta zona de desahucio, este páramo insulso y recurrente ha recibido miles de nombres a lo largo de los años, como si en su identificación y clasificación radicara su importancia.
---Quizá por eso algunos escritores o artistas plásticos o músicos desdeñan la formación profesional al considerar que “puede” entorpecer su relación con lo que hacen. Quizá, también, sea esa la razón de que mucho del arte contemporáneo resulte poco atractivo por sus visibles deudas o repetitivos manejos de ciertas técnicas.
---Viene a cuento rescatar la mirada “como de pasada” que sugiere cierto verso de Shakespeare en relación a cómo ver el mundo y su posterior traspaso a la escritura. No quiero ofender la loable labor del especialista, pero la mayoría de ellos está sumamente lejos de intentar algo más allá de la clasificación o la descripción.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Otra perorata

Los libros, tengo esa impresión, no son artefactos para la simple acumulación exhibicionista o la disección minuciosa que en ocasiones los destruye. Son, me parece, un pretexto que encuentra en el papel o el ciberespacio una justificación material de existencia que ofrece posibilidades para la disposición: primera, la de entregarse al casi inútil y cada vez más infrecuente placer de la lectura y, segunda, la de verse envuelto por los signos de una realidad tal vez más intensa y vivificante que aquella en la que ingenuamente deambulamos como seres entregados al deber de sobrevivir gracias a la condena del trabajo y las obligaciones ineludibles del contacto con la tribu malediciente y terrible de las convenciones.
---Y raramente sobreviven igual los mamotretos editados desde el dogma racional o el comedido alarde sin sentido de la heroica y soberbia juventud. Pareciera que dejamos de lado esa oscura experiencia de ser ante el espejo de letras que ordena la existencia de los menos, que nos pesa saber la impura técnica que nos conmina a descifrar lo poco que deseamos desde la experiencia inconsciente del que mira los estanques fluir sin que suceda el movimiento. Nos burlamos ante lo inmediato de adjudicar la categoría de absoluto a la sentencia móvil que no se desnuda como simple, que no se conforma con el trazo mediocre del habla mínima que concede el respiro y las simplezas de la gula o el coito.
---Quien elige darse de topes con la nada pacífica revuelta que genera la lectura de José Ángel Valente o Eliseo Diego, de Vallejo o Neruda, de tanto etcétera dormido ante unos ojos que quieran despertarlo todo, no puede sino lamentar la gélida pobreza amateur del conversador arbitrario que a toda luz traiciona la dignidad de ejercer su propio idioma con la sencillez que evade los rigores de la academia y las calenturas de la bienintencionada ignorancia.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Perorata

¿Por qué amar el desastre? Simplemente, porque ofrece una mejor continencia de espíritu que la inocente alegría. No se trata de mero pesimismo. La inestable y poderosa sensación del sufrimiento conduce y encamina, resuelve la consigna paradójica de ser con su inminente verdad de desamparo inevitable.
---Una cosa es buscar sin remedio la parcial felicidad y otra, muy distinta, reconocer que su encuentro es imposible. Y sé que aquí vendrán los discursos del dogma para decirme que mi falta de ánimo proviene de un no saber, de un evitar las bondades espirituales de la calma contenida que ofrece sosiego y convencimiento. Y yo responderé que vivo enfermo desde que dejo de saber si acaso la palabra comunica o destierra lo que dice o pretende; digo que no sé de algo que salve la carne de mirarse sucia y enclenque ante el deseo y la tensión de más de un mal llamado pecado.
---No, señores de la pericia verbosa e inútil de los altares y la ramplona civilidad cargada de olor a togas y jazmines, jamás. Que todo eso se vaya mucho por donde se dice que la verdad asiste. Permitan y permítanse no volver la cara y decir a lo que nada contesta.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Qué bueno...

Muchísimas cosas del mundo son un completo desperdicio, basura sin importancia. Otras, en cambio, vienen con la marca invisible del oro que hila la vestidura de los dioses. Hacen pensar que venir a este bendito estercolero puede resultar no tan lamentable. Logran que la vista nos sirva para algo más que su pobre y triste propósito, que la nariz perciba memorias que faltaban, que el oído imagine la música que quiso, que las manos construyan un cuerpo o una pesadilla, que la boca conozca la frontera minúscula del beso.
---Sé que muchos a quienes doy amistad o amor maldicen la muy natural proclividad al desastre de la cursilería, esa muleta emocional tachada como baratura o remedo de viejas y melosas clases sin hambre. Sé también que esgrimirían un sable contra su propia carne si llegaran a verse en el espejo común que delata sus bajas ternuras o negras aficiones por la fresa pulsión de ciertas formas colectivas de demencia.
---Pero nada es así de tajante. No siempre, al menos. Viejos maestros supieron lo ruin que llega a volverse la existencia sin el trago amargo de una bella canción que no posee el alto propósito redentor de significar, que no busca la falsa impresión de lo importante, que se sabe maltrecha y espuria pero llena de lo simple que nutre más de una ciega muchedumbre consumista, pero viva, sumamente viva.
---Uno puede negar por miedo de caer o de perder algún malogrado prestigio, pero llega el punto donde la nota pop nos toca como un hierro de marcar y somos la mansa res dispuesta, un estúpido pero emocionado rumiante.
---Más de un aguerrido fanático de Tom Waits o The Velvet Underground intuye, sin reconocer, que sus frágiles entrañas pueden responder al sucio y ajeno acorde de una balada de Reo Speedwagon o una cumbia de arrabal. Y, a pesar de todo, aunque su negativa sea una defensa y su escudo sapiencial les cubra y brinde crédito, no podrán mentirle a su cuerpo. Por este motivo, entre otros muchos, creo que vinimos al mundo para tragar mentiras y vivir sus consecuencias. Nada nos salva de lo cursi. Y qué bueno.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Simpatía

Los hombres no saben por qué les satisfacen las obras de arte. No son verdaderamente entendidos, y creen descubrir innumerables excelencias en una obra, para justificar su admiración por ella, cuando el fundamento íntimo de su aplauso es un sentimiento imponderable que se llama simpatía.

Thomas Mann
La muerte en Venecia (1912)

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Cita de cabecera...

[El] acto poético es el empeño total del ser para su revelación. Este fuego de conocimiento que es también fuego de amor, en que el poeta se exalta y consume, es su moral. Y no hay otra.

Eugénio de Andrade
Os afluentes do silêncio (1968)

martes, 11 de septiembre de 2007

Bien

Intuyo que el sol
sigue diciendo a la sangre
secretos antiguos
y deja una cosquilla trágica
en el agua estancada.

El mundo
bajo la incómoda cubierta
de lo que escucho
y nombro
a ciegas
en la discreta permanencia
del dolor.

Todo está bien
si las palabras permanecen lejos
de lo que toca la luz
o suena
para no ser comprendido.

Cuando nada traiciona
la irreparable bondad de unos labios cerrados.

(Este poema forma parte de un libro en proceso, agradecería a mis cinco caros lectores me comenten algo acerca de él, lo necesito. Vía mail, claro. Hagamos algo por el textito ¿sí? Gracias de nuevo, millones...)

lunes, 10 de septiembre de 2007

Tiempos que corren (hacia atrás)

Hace años, el poeta Homero Aridjis, en cierto programa de televisión, fue cuestionado sobre aquellos escritores de su generación (o menores –en edad–) que suele leer. Su respuesta fue sencilla y contundente: “veo a muchos escritores que conozco demasiado preocupados por promover su carrera, por ser escritores antes de preocuparse por lo que escriben, por construir una obra”. Añadió que algunos de los mayores poetas del siglo anterior fueron personas que figuraron poco o nada en sus parnasos locales mientras vivieron y que ello en nada aminora su estatura patente de poetas (vale citar aquí a Pessoa, Cavafis o Gombrowicz).
---Quizá el foro no haya sido el adecuado (sepa Dios cuál lo sea), pero me parece que lo dicho no falta a la verdad. Cualquier estantería de libros en este país (o cualquier otro, supongo) consigna la tajante fatalidad de la pasada afirmación: las editoriales nacionales o internacionales exhiben títulos de actualidad y convencen a cualquiera de que la promoción es más válida que la buena escritura. Pero eso no es todo, también modifican el carácter de muchos lectores que, buenamente, olvidan o pasan por alto una tradición que funda lo que consumen, se quiera o no. Aunque las cifras sean siempre pobres (en evidencia y significado), algunos parecen contentarse con el hecho de pactar sus apariciones en medios impresos o coparlos gracias a la magia del contrato editorial y el rótulo que ampara un número de copias editadas.
---Algo va a costarnos esta tendencia ominosa que afecta el ejercicio de la mayor parte de los escritores que, hoy por hoy, integran la dieta del lector de obras literarias. Las opiniones de estos nuevos estrellas de la narración, el ensayo, la crónica o la poesía, pueden parecernos sensatas o coherentes, no así sus actitudes. Bueno que conserven el caparazón adusto de quien sobrevive sin mayores alcances de mirada. Malo que no les interese lo que ciertamente les incumbe. Penoso que nos lleven a un baile que sólo pobrezas anuncia, que apenas cenizas promete.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Viejo reporte de clima

Cuando era niño, el clima religioso de mi casa tenía una doble pesadez casi divertida. Por una parte, como herencia de una larga tradición, mi madre mantuvo muchos años un régimen de resignada aceptación de los (que ella suponía) designios divinos; imaginaba la mano del Señor como la ejecutora de una justicia incuestionable cuyos signos eran el dolor y una silenciosa (pero visible) vergüenza de sí.
---Mi madre resulta impositiva y radical la mayor parte del tiempo. Mi niñez se tiñó con los tonos amargos de la misa obligada de los domingos y los primeros viernes de cada mes, a eso deben sumarse las constantes visitas “extra” al templo: novenarios, primeras comuniones, bodas, oficios de cuerpo presente (no sólo de familiares), bautizos, confirmaciones y demás pretextos.
---El camino al cielo, según mi madre, estaba sembrado de espinas pero había que apechugar, morderse uno y la mitad del otro porque no había salida. Dibujó para sus hijos la imagen de un Dios omnipotente pero muy poco amoroso, un ser demasiado listo y sin piedad pero que (curiosamente) siempre tenía razón. El ojo múltiple de la Divina Trinidad nada pasaba por alto y el libre albedrío era una trágica broma de buena voluntad pero deplorable gusto.
---Mi padre, en otra frecuencia, vive reclamando al destino; y aunque su fe llega al histrionismo risible, es auténtica. Su diferencia con respecto a mi madre es formativa, huérfano desde los siete y sin mucha educación formal, tomó la senda del autodidacta retobado que, al final, lo condujo a las filas de la masonería local (tan dada a comer curas a discreción y suponerse poseedora de verdades trascendentes).
---Para su bien, mi padre está (ha estado siempre) loco. No importa cuán ridículas y contradictorias fueran sus conclusiones en el ámbito de la moral, su firmeza de carácter y algunos instrumentos caseros de tortura sostuvieron siempre su ceguera de juicio. Con todo eso, poseyó una clase de honradez que, a pesar de sus desastrosas consecuencias económicas, marcó la conducta de sus hijos y lo salvó del aborrecimiento total.
---La combinación no pudo ser más curiosa; si mi madre insistía demasiado sólo teníamos que denunciarla con mi padre y este nos dispensaba de algunas ceremonias sólo para imponerse sobre ella. Resistir era imposible cuando ambos estaban de acuerdo, por eso, la única manera de evadir la asistencia a misa era la provocación o, ya de plano, el terrorismo herético a baja escala (hace pocos años, confesé esto último a mi progenitora y descargó su furia arrojándome un cenicero).
---Así las cosas, estoy seguro de que mis padres hicieron lo mejor que podían, lo que creyeron era lo justo, lo indicado de acuerdo con lo que creen. Por mi parte, después de la adolescencia, he pasado por múltiples etapas en las que he mirado la figura de Dios de distintos modos y desde variados puntos de vista; comprendo cada vez menos, cierto, pero dejó de mortificarme ya la presencia de su idea (grave y felizmente real, para mí). Vivo, por supuesto, sumergido en sencillas dudas pero puedo reírme todavía y tratar de pasarla lo menos mal posible al amparo de aquello que he conseguido creer.
---Nuestra ridícula medida puede insinuar muchos significados para la inacción y mudez habitual del Señor, de acuerdo, aunque mi posición es la de no esperar sino eso precisamente, su silencio inconmovible. Dios es, tal vez, la palabra más cargada de inmanencia que puedo imaginar (¿seré judío?) y existir o no es cosa que, seguramente, le tiene sin cuidado.
---Según mi madre, nada me salva del infierno; según mi padre, Dios vive equivocado para con él pero conmigo ejercita su justicia con precisión. ¿Consecuencia? Somos un trío miserable (y eso, según él, prueba lo que dice).
---Lo único que buenamente supongo (la verdad, estoy seguro) es que Dios debe estar riendo de buena gana mientras mira cómo escribo estas líneas y recuerda que ya sabía lo que yo iba a anotar.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Inocentada, tal vez...

Puede que, si todo sigue como hasta hoy, el libro como objeto (hecho de papel, goma e impreso con tinta) desaparezca y deje tras de sí una evidencia material desconcertante para quienes contemplen ese momento. Puede también, ojalá, que no esté yo entre esa turba desafortunada de espectadores. Me parece que no veré ese triste día porque mi plan es defender el libro de sus detractores, concientes o no.
---Quienes combaten, con conocimiento de causa o sin él, el libro como objeto no ignoran muchas veces que ha sido el vehículo transmisor de cultura por excelencia, más bien su ofensiva se basa en la defensa de un progreso tecnológico (o una idea de lo que es) que, bajo el argumento de facilitar el acceso a la información, privilegia el desarrollo del medio sin tomar en cuenta algunas consecuencias claras de eso.
---Si bien es cierto que jamás antes se tuvo la posibilidad (creciente) actual de contener o almacenar datos, la naturaleza del medio nos aleja cada vez más de una probable capacidad discriminadora sobre esos mismos datos. En palabras de Franco Ferrarotti: “tendremos mucha información de la cual no comprenderemos nada”. Mientras la televisión sufre de un progresivo empobrecimiento de contenidos, la red informática mundial lesiona gravemente la (ya demediada) lectura como actividad y proceso. Del mismo modo, los cambios culturales que se gestan actualmente sólo parecen indicar que, dentro de algún tiempo (imposible determinar cuánto), este mundo se hallará más dividido y polarizado que nunca.
---Desde los resultados lamentables (en términos de desarrollo humano) del capitalismo tardío hasta barbaridades como la “ingeniería del alma” del llamado socialismo real, el progreso tecnológico ha dado muestra del tamaño del peligro que puede enfrentar quien queda fuera de él o simplemente no lo concibe como centro de fe. Si a esto se suma la incapacidad y falta de visión prospectiva de las religiones, entonces cualquier esperanza para el espíritu o la voluntad solidaria sin interés (por no mencionar el amor, que a tantos suena como ridículo o desfasado) está perdida.
---No es mi intención parecer pesimista pero no veo otro modo de interpretar el panorama que se vislumbra, dadas las condiciones actuales. A los jóvenes de hoy el libro les parece una antigualla que no merece la pena y la educación formal ha fracasado en su intento (inocente) de promover la lectura o el “consumo” crítico de bienes culturales. Nuestras dependencias han cambiado, nuestro sentido de la realidad circundante (y nuestro juicio sobre ella) es de una llaneza deprimente (sobre todo si se compara con el de un lector promedio de mediados del siglo XIX, con la serie de injusticias que acarrea tal comparación), nuestros intereses son mezquinos o triviales, nuestra capacidad léxica es risible y la referencia de nuestras emociones es pobre hasta el ridículo. Y eso que evado con toda intención hablar de nuestro sentido de moral y de ética, no sea que acabemos en llanto.
---Nadie puede oponerse a cambios de esta naturaleza, cierto, pero si el libro y su lectura ayudaron siempre a contravenir de modo mínimo algunos aspectos de nuestra patética evolución como especie, es un hecho que eso está por cambiar. Leeremos de modo distinto, quizá soportando cada vez más la radiación de la pantalla, a texto corrido sin el descanso físico de la vuelta en cada página, sin el aroma del papel y, lo más grave, sin la atención debida y con una imaginación poco ejercitada en abstracciones necesarias.
---Perder la posibilidad de descubrirnos “más profundos y más extraños de lo que creíamos” (Harold Bloom dixit) nos conducirá, tristemente, a degradar nuestras ya ínfimas reservas de tolerancia y comprensión para con los demás. Nunca, como hoy, he juzgado las pesadillas de Campanella, Moro, Bacon, Verne, Wells, Zamiatin, Kafka, Çapek, Orwell, Asimov, Bradbury, Philip K. Dick o Ursula K. LeGuin tan necesarias...

domingo, 2 de septiembre de 2007

Morbo saludable

En ocasiones, los artistas (y entre ellos los escritores) tienden a mutar su frágil naturaleza para convertirse en algo más que aquello que les tocó, bajo el signo rudo del azar y algo de voluntad, llegar a ser. Algunos ejemplos, sabidos o no, ilustran como el olvido contribuye a que se ignoren algunos rasgos de su personalidad en favor de lo que su obra consigue significar para sus lectores. Tales detalles de la personalidad pueden sorprender, extrañar o acentuar esa admiración.
---A pesar de la estatura poética de François Villon y la protección que recibía por parte de su tutor (un clérigo que, todo hace suponer, no fue el mejor ejemplo para el joven bardo), nada impidió que parte de su fama se debiera a un proceso que se le siguió por robo, en el cual se ventilaron también algunos delitos menores y un probable asesinato (no comprobado). Su afición a las mujeres de vida galante era proverbial y no hay duda de que la gorda Margot debió tener un referente verdadero, material, vivo. Su desaparición evade en parte el misterio porque no es difícil suponer que, tras la huída de París, encontrar la muerte era lo más seguro en esos años.
---Baudelaire fue un dandy llorón que pidió ayuda económica a su madre casi todo el tiempo. Sus cartas testimonian su enorme habilidad para la mentira y el engaño. Le gustaba gastar y disfrutar de placeres que sólo el dinero consigue. Cuando recibía algún pago o préstamo, se alojaba por temporadas en hoteles de buena monta y no salía de ahí hasta que la deuda o un gerente iracundo acabaran por echarlo. Hay quien dice que adoraba a su mulata mujer, pero su carácter retador y anticonvencional (más cerca del inmaduro exabrupto que de una actitud reflexiva) llega a poner en duda tal cariño; aunque su dependencia de ella y de la madre pueden demostrarse.
---George Orwell vivió oprimido por la culpa casi toda su vida de adulto; desdeñó con rigor la educación que había recibido y aprendió a odiar al imperio británico que le ofreció, además de trabajo, una estancia birmana donde experimentó la injusticia del poder sobre los sometidos. Quiso, buscó y consiguió vivir mucho tiempo casi como un paria (durante su estancia en Francia lo logró), decía aborrecer las maneras, usos y costumbres del mundo donde creció y, con todo eso, su esposa delataba, en una carta, que el escritor no podía dejar de comer sin vino y, además, impedía que sirviera la mermelada directamente del frasco para obligarla a servirla en un plato pequeño “como debía de hacerse”. Quien alguna vez fue conocido como la “conciencia de una generación” tampoco evitó hacerse famoso como maestro de escuela, experto en el manejo de un bastón con el que castigaba a sus alumnos.
---Así como puede uno conmoverse con la lectura de La madre y celebrarlo, Máximo Gorki, cuando estuvo al frente del organismo del estado que agrupaba a los escritores de la desaparecida Unión Soviética, su tibieza posibilitó (tal vez) los suicidios de Maiakovsy y Esenin, permitió la desastrosa condena de Osip Mandelstam y no se opuso al confinamiento domiciliario de Anna Ajmátova. Intocable, acomodaticio y privilegiado, parte de su leyenda estriba en saber callar ante el dolor de algunos de sus conocidos, compañeros de gremio y amigos personales.
---La lista de ejemplos puede continuarse, pero carece de sentido después de todo. Si Hemingway saltaba sobre las esposas de algunos de sus amigos o Joyce sufría frecuentes ataques de llanto ante la evocación de la figura de su madre, al punto de ovillarse y quedar inmóvil, son cosas que no interfieren con lo que de su obra queda (lo verdaderamente importante, pues) en la memoria sensitiva y el imaginario de la cultura en occidente. Pero esas curiosidades los plantan, creo, como seres de carne y hueso, amables y deleznables a la vez, hechos del barro sucio donde podemos reconocernos. Saber puede no servir, pero sí ayudar a comprender y releer de distintos modos. Todos saludables, sin duda.