domingo, 16 de septiembre de 2007

Perorata

¿Por qué amar el desastre? Simplemente, porque ofrece una mejor continencia de espíritu que la inocente alegría. No se trata de mero pesimismo. La inestable y poderosa sensación del sufrimiento conduce y encamina, resuelve la consigna paradójica de ser con su inminente verdad de desamparo inevitable.
---Una cosa es buscar sin remedio la parcial felicidad y otra, muy distinta, reconocer que su encuentro es imposible. Y sé que aquí vendrán los discursos del dogma para decirme que mi falta de ánimo proviene de un no saber, de un evitar las bondades espirituales de la calma contenida que ofrece sosiego y convencimiento. Y yo responderé que vivo enfermo desde que dejo de saber si acaso la palabra comunica o destierra lo que dice o pretende; digo que no sé de algo que salve la carne de mirarse sucia y enclenque ante el deseo y la tensión de más de un mal llamado pecado.
---No, señores de la pericia verbosa e inútil de los altares y la ramplona civilidad cargada de olor a togas y jazmines, jamás. Que todo eso se vaya mucho por donde se dice que la verdad asiste. Permitan y permítanse no volver la cara y decir a lo que nada contesta.