sábado, 26 de enero de 2008

Bárbara la cita...

Parece que no van juntas, la palabra hablada y la palabra escrita. Parece que el que va a escribir debe primero despedirse del habla. Y parece que el escritor que quiere conversar -a su modo- con más gente, o más a fondo con alguna gente, debe primero despedirse del mundo. No van juntos, el mundo y el trabajo de un escritor.

Bárbara Jacobs
Escrito en el tiempo (1985)
[Esta edición es de Algafuara, año 1996]

domingo, 20 de enero de 2008

Un solo camino...

Estamos en pleno reino de la mediocridad. Entre plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores con la audacia paralizada. Y no hay esperanzas de salir de esto. Los "nuevos" sólo aspiran a que alguno de los inconmovibles fantasmones que ofician de papas, les diga alguna palabra de elogio acerca de sus poemitas. Y los poemitas han sido facturados expresamente para alcanzar ese alto destino.
---Hay sólo un camino. El que hubo siempre. Que el creador de la verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos.
(...)
Sólo se trata de buscar hacia adentro y no hacia fuera, humildemente, con inocencia y cinismo, seguros de que la verdad tiene que estar en una literatura sin literatura y sobre todo, que no puede gustar a los que tienen hoy la misión de repartir elogios, consagraciones y premios.
(...)
El destino del artista es vivir una vida imperfecta: el triunfo, como un episodio; el fracaso, como verdadero y supremo fin.

Juan Carlos Onetti
Réquiem por Faulkner y otros artículos
(Arca/Calicanto, 1976)

viernes, 18 de enero de 2008

Cosa de riesgo, pues...

La única imagen en la que puedo pensar es en un hombre que camina con una vara de hierro en la mano durante una tormenta eléctrica. De eso se trata esto.

Arthur Miller
Playwrights at Work
(Ed. George Plimpton. The Paris Review/Modern Library, 2000)
[Traducción: Delia Juárez G.]

miércoles, 16 de enero de 2008

Justo hoy...

Concluí, este día, la lectura de una novela, La noche de los calígrafos (Siruela, 2005) de Yasmine Ghata (Francia, 1975). Trata de la vida de la calígrafa Rikkat, contada por ella misma después de muerta. Aunque hay quienes la califican de "dura", no me lo pareció tanto; más bien algo dulzona, sensiblera y efectista. Pero tiene momentos fabulosos, que no es virtud menor. Cito un breve fragmento (justo cuando, ya vieja, la protagonista se entera de la muerte de uno de sus hijos)...

¿Qué hacer de esas escrituras que no me devolverán a mi hijo? ¿Qué hacer con un Dios que utiliza mi mano para escribir su aliento? Además, mis dedos queman al contacto con mis instrumentos. Habiéndose vuelto rígidos bruscamente, murieron a la vez que mi hijo, sólo resta enterrarlos.
---Agotada de llamar, mi hermana acabó forzando la puerta. Con su aliento barriéndome la nuca, se adueña de mi mano, desliza un cálamo entre mis dedos, lo guía sobre la página.
---"Escribe, Rikkat, sólo te salvará la escritura", me ordena.
---[pág. 144]

---No se trata de la mejor parte, pero este día me hizo falta leer algo así y, ni modo, ocurrió. Coincido con alguien que dijo del dolor que es "el cauce del pensamiento" (y he agradecido, sin decirle, que lo haya escrito, porque lo creo igual, justo así, sólo que dicho alguien lo dijo mejor) y me dispongo a seguir leyendo otra cosa. Fatal y tristemente, ciertos libros concluyen cuando no queremos que así sea.

martes, 15 de enero de 2008

Considérese de vez en cuando...

* El gran templo de la ficción no tiene un portal de entrada bien definido; los devotos llegan en su mayor parte por una puerta lateral, y no van vestidos adecuadamente para el culto.

* ...el único vicio que me queda es escribir. Es una adicción, una liberación ilusoria, un presuntuoso intento de domar la realidad, una forma de expresar con ligereza lo insoportable.

* Escribir, al aligerar el mundo -codificándolo, distorsionándolo, embelleciéndolo, verbalizándolo-, es casi como blasfemar.

John Updike
A conciencia. Memorias (TusQuets Editores, 1990)
[Traducción: Manuel Sáenz de Heredia]

miércoles, 9 de enero de 2008

Bar Montecarlo

(Navojoa, Sonora, circa 1979)
A unas cuadras de casa de mi abuela se ubicaba una construcción sencilla pero extraña. Parecía la fachada de una casa cualquiera y, como se trataba de una esquina, tenía dos costados cuya extrañeza estribaba en exhibir letras de monstruosa dimensión que, con el paso del tiempo, conseguiría descifrar: Bar Montecarlo.
---Años después, confieso, el lugar importaba poco pues solamente constituía una referencia para indicar la ubicación de su calle, alguna tienda cercana, la mueblería del frente o la deprimente central de camiones que se hallaba a unos pasos de ahí. Todo alrededor transcurría con una lentitud horrenda y triste. Algunas tardes ocupaba mi tiempo, como otros de mi edad, en participar en los ensayos del coro de la parroquia bajo la bondadosa batuta del padre Francisco, un tipo de rostro severo pero de carácter afable y, a mi parecer, merecedor de obediencia.
---En una ocasión, martes o miércoles, poco después de la hora de la comida, un vecino del barrio, Joel, llegó apresurado a buscarme con el pretexto de mostrarme algo que no iba, según él, a creer. Imaginé montones de situaciones probables: algún disco nuevo, patines, una manopla reluciente o un balón de futbol. Lejos de todo eso, pasamos su casa de largo y comencé a especular de nuevo.
---Llegamos a la puerta de la cantina y Joel se detuvo. De sobra sabíamos que sobre nosotros pendía un letrero que prohibía la entrada a menores de edad y uniformados, pero eso no iba a detener a mi camarada. Por lo general, a esa hora, la entrada lucía desierta y el taquero que se instalaba fuera del bar no llegaba aún. Mi amigo se tiró al suelo y me dijo: “Ora sí, cabrón, tírate y agárrate porque vas a ver algo que ni te imaginas”. Así lo hice y avanzamos pecho a tierra bajo el biombo de lámina que impedía la visibilidad al interior del antro.
---Quedé boquiabierto. Vestido de civil, a unas mesas del rincón más apartado, el padre Francisco entonaba una canción ranchera, acompañado por un trío norteño de viejos panzones. Hasta aquí, el cuadro no resultaría sorprendente si no fuera por la mujer regordeta que tenía sobre sus piernas y a la que, de modo intermitente, besaba o agarraba las tetas o las piernas o sepa Dios qué porque esas manos del padrecito reflejaban no sólo ansias sino una velocidad encanijada que rebasó mi registro y mi memoria. Acto seguido, el viejo se levantó y se llevó a la mujer al centro de la cantina para rasparle duro al huarache y sacar polvo a la improvisada pista.
---Debo reconocer que, además de restregarse a la mujer como si la limpiara de algo, el padrecito le daba bien al zapateado. De vez en cuando miraba a la concurrencia y lanzaba frases retadoras plagadas de injurias, creo que esa vez aprendí algunas que hasta ese momento desconocía. Me fui de ahí más atribulado que sorprendido, con menos diversión de la que mi amigo esperaba y más preguntas de las que por entonces comenzaba a hacerme.
---Cuando mi madre preguntó por el motivo de mi retiro del coro de la iglesia mis razones no pudo creerlas y juzgó que quería burlarme de ella; me dijo que al menos tuviera la decencia de admitir que detestaba la cantada o que no estaba dispuesto a complacerla. Según mi madre, ahí se dio cuenta de mi ominosa tendencia a fabricar historias de mal gusto.

martes, 8 de enero de 2008

De nuevo (con leves cambios)

Soy la nula, espesa sombra que proyecta el escarnio sobre la piel... Soy (apenas) en esa oscura zona del silencio y me sumerjo en el agua de las horas como un pez sin ojos... Soy la delación, la obsolescencia, el óxido febril de las palabras burdas, la lumbre diminuta en el instante pasado, la fiel maceración del mundo que se mira en un espejo pequeño... Soy lo que no digo que soy... Y aún así, miento... La verdad es la chaqueta incómoda que a mis espaldas murmura una combinación de colores que siempre, sin importar lo que haga, me van mal... Y no es crimen desear la muerte, más bien parece un lujo (al menos del modo como la quiero, el tipo de deceso que busco, tan a veces)...
---
(Los viejos textos confirman que hay instantes que regresan sólo para semejar aquello que es un peligro pasar por alto... Ganarse días vacíos y recordarlos es merecer una doble vergüenza)

miércoles, 2 de enero de 2008

Duraznos

I
Alba era el amor entonces. O al menos eso quiero creer.
---Alba era mi sombra, lo admito, mi gracia de ser cuando nadie me miraba, la pausa de frío que interrumpe el desayuno con el más mínimo recuerdo. Y sí, hablo de aquello como si sólo estuviera allá detrás, en otro tiempo simple, sencillo, evocable sin ruidos o temblores. Nada más lejos de todo cuanto diga. Alba fue como si todavía fuera, pero sin ella, sin ese cuerpo que no pude jamás mirar sin miedo. Nunca dije “mía” en honor a la verdad. No podía. No la tuve, por eso su partida o sus motivos para irse son eventos sin importancia.
II
Alba era lo más parecido a un durazno. Es algo ridículo, pero la primera vez que estuvimos juntos ella insistió en hacer la limpieza del cuarto (mi recámara, en esos días, era una auténtica pocilga y ella detesta el desorden) y, ya desnuda, viajó por la estancia recogiendo mi ropa, agachándose de vez en vez, siempre de espaldas a la cama, haciendo (con cada flexión de su cintura) de su culo un majestuoso durazno.
---Es curioso, la visión de la fruta ocurrió antes de que pasara nada pero marcó cada suceso posterior. Desde ese momento, todo encuentro comenzaba en mi sincera postración para lamerla (sus nalgas fueron un principio inevitable).
III
Durante la vida juntos, salir del trabajo implicaba detenerme en alguna tienda o supermercado (cierta culpa me hacía procurar un establecimiento distinto cada ocasión, hasta que la práctica me permitió elaborar el complicado itinerario de uno por día de la semana) para comprar duraznos. Alba los lavaba y me hacía comerlos de su cuerpo; detrás de la pulpa encontraba sus pezones, sus labios, su ombligo o sus dedos. En ocasiones me hacía buscar en su vagina algún trozo perdido o me vistió el miembro como una flor destinada a sus dientes y su lengua.
---Nunca supo el motivo de mi gana de duraznos (no se lo dije), nunca se opuso (no era su costumbre) y yo me daba al hartazgo de sentarla en mi rostro para sentir en las mejillas ese vello rubio tan leve (casi invisible) que cubría su trasero.
IV
De su vida recuerdo muy poco. Estudiaba, creo, no se me ocurre qué pero adoraba sus libros (alguno debe quedar por ahí). Leía por horas, en un silencio que sólo interrumpía para hablarme de aves. Silbaba con ternura en mis oídos y a veces tomaba mi entrepierna con fuerza, saludando a su “pájarito sin nombre”.
---De vez en cuando me dirigió un reclamo, no es algo que guarde con precisión en la memoria, debió ser (quizá) que no quise nunca salir de casa si ello implicaba su compañía, no sé, para mí no era cosa fácil traicionar el universo que cierto extraño destino me había deparado. Ella dijo egoísmo, creo; yo siempre dije, si no me equivoco, algo así como “armonía”. Supongo que no quise saber qué demonios significaba saberla vista por otros o imaginar lo que cualquiera que nos viera pudiera pensar. Tal vez la música (y perdón por utilizar tal sustantivo) del estar uno con otro fue algo que, con el paso del tiempo, aprendió a detestar.
V
Importa que Alba no esté, que haya decidido esfumarse sin decir palabra, sin dejar un rastro, alguna miga de pan o hueso seco de durazno qué seguir hasta encontrarla. Pero nada. Las horas se hicieron de una lenta y pesada consistencia que no consigo descifrar. Mi ropa ha vuelto a su sitio en el suelo.
---He dicho que sus motivos no importan porque los he olvidado, porque de ella sólo queda la imagen de un cuerpo que vaga por la casa con un libro en la mano, o bajando a recoger alguna cosa del piso (siempre de espaldas a mí) para exhibir, sin saberlo, el bellísimo durazno que, por instantes, me hizo cantar.
VI
Algunos empleados de mostrador me han preguntado por la sensible reducción de duraznos en mi dieta y, por supuesto, invento cualquier pretexto relacionado con una fortuita rebaja en mis ingresos o alguna tontería sobre mi salud.
---Sería difícil confesar que sigo comiéndolos (minuciosamente limpios), con menos frecuencia, desnudo y recostado en la cama, después de frotarme con ellos el cuerpo...