sábado, 15 de septiembre de 2007

Qué bueno...

Muchísimas cosas del mundo son un completo desperdicio, basura sin importancia. Otras, en cambio, vienen con la marca invisible del oro que hila la vestidura de los dioses. Hacen pensar que venir a este bendito estercolero puede resultar no tan lamentable. Logran que la vista nos sirva para algo más que su pobre y triste propósito, que la nariz perciba memorias que faltaban, que el oído imagine la música que quiso, que las manos construyan un cuerpo o una pesadilla, que la boca conozca la frontera minúscula del beso.
---Sé que muchos a quienes doy amistad o amor maldicen la muy natural proclividad al desastre de la cursilería, esa muleta emocional tachada como baratura o remedo de viejas y melosas clases sin hambre. Sé también que esgrimirían un sable contra su propia carne si llegaran a verse en el espejo común que delata sus bajas ternuras o negras aficiones por la fresa pulsión de ciertas formas colectivas de demencia.
---Pero nada es así de tajante. No siempre, al menos. Viejos maestros supieron lo ruin que llega a volverse la existencia sin el trago amargo de una bella canción que no posee el alto propósito redentor de significar, que no busca la falsa impresión de lo importante, que se sabe maltrecha y espuria pero llena de lo simple que nutre más de una ciega muchedumbre consumista, pero viva, sumamente viva.
---Uno puede negar por miedo de caer o de perder algún malogrado prestigio, pero llega el punto donde la nota pop nos toca como un hierro de marcar y somos la mansa res dispuesta, un estúpido pero emocionado rumiante.
---Más de un aguerrido fanático de Tom Waits o The Velvet Underground intuye, sin reconocer, que sus frágiles entrañas pueden responder al sucio y ajeno acorde de una balada de Reo Speedwagon o una cumbia de arrabal. Y, a pesar de todo, aunque su negativa sea una defensa y su escudo sapiencial les cubra y brinde crédito, no podrán mentirle a su cuerpo. Por este motivo, entre otros muchos, creo que vinimos al mundo para tragar mentiras y vivir sus consecuencias. Nada nos salva de lo cursi. Y qué bueno.