domingo, 2 de septiembre de 2007

Morbo saludable

En ocasiones, los artistas (y entre ellos los escritores) tienden a mutar su frágil naturaleza para convertirse en algo más que aquello que les tocó, bajo el signo rudo del azar y algo de voluntad, llegar a ser. Algunos ejemplos, sabidos o no, ilustran como el olvido contribuye a que se ignoren algunos rasgos de su personalidad en favor de lo que su obra consigue significar para sus lectores. Tales detalles de la personalidad pueden sorprender, extrañar o acentuar esa admiración.
---A pesar de la estatura poética de François Villon y la protección que recibía por parte de su tutor (un clérigo que, todo hace suponer, no fue el mejor ejemplo para el joven bardo), nada impidió que parte de su fama se debiera a un proceso que se le siguió por robo, en el cual se ventilaron también algunos delitos menores y un probable asesinato (no comprobado). Su afición a las mujeres de vida galante era proverbial y no hay duda de que la gorda Margot debió tener un referente verdadero, material, vivo. Su desaparición evade en parte el misterio porque no es difícil suponer que, tras la huída de París, encontrar la muerte era lo más seguro en esos años.
---Baudelaire fue un dandy llorón que pidió ayuda económica a su madre casi todo el tiempo. Sus cartas testimonian su enorme habilidad para la mentira y el engaño. Le gustaba gastar y disfrutar de placeres que sólo el dinero consigue. Cuando recibía algún pago o préstamo, se alojaba por temporadas en hoteles de buena monta y no salía de ahí hasta que la deuda o un gerente iracundo acabaran por echarlo. Hay quien dice que adoraba a su mulata mujer, pero su carácter retador y anticonvencional (más cerca del inmaduro exabrupto que de una actitud reflexiva) llega a poner en duda tal cariño; aunque su dependencia de ella y de la madre pueden demostrarse.
---George Orwell vivió oprimido por la culpa casi toda su vida de adulto; desdeñó con rigor la educación que había recibido y aprendió a odiar al imperio británico que le ofreció, además de trabajo, una estancia birmana donde experimentó la injusticia del poder sobre los sometidos. Quiso, buscó y consiguió vivir mucho tiempo casi como un paria (durante su estancia en Francia lo logró), decía aborrecer las maneras, usos y costumbres del mundo donde creció y, con todo eso, su esposa delataba, en una carta, que el escritor no podía dejar de comer sin vino y, además, impedía que sirviera la mermelada directamente del frasco para obligarla a servirla en un plato pequeño “como debía de hacerse”. Quien alguna vez fue conocido como la “conciencia de una generación” tampoco evitó hacerse famoso como maestro de escuela, experto en el manejo de un bastón con el que castigaba a sus alumnos.
---Así como puede uno conmoverse con la lectura de La madre y celebrarlo, Máximo Gorki, cuando estuvo al frente del organismo del estado que agrupaba a los escritores de la desaparecida Unión Soviética, su tibieza posibilitó (tal vez) los suicidios de Maiakovsy y Esenin, permitió la desastrosa condena de Osip Mandelstam y no se opuso al confinamiento domiciliario de Anna Ajmátova. Intocable, acomodaticio y privilegiado, parte de su leyenda estriba en saber callar ante el dolor de algunos de sus conocidos, compañeros de gremio y amigos personales.
---La lista de ejemplos puede continuarse, pero carece de sentido después de todo. Si Hemingway saltaba sobre las esposas de algunos de sus amigos o Joyce sufría frecuentes ataques de llanto ante la evocación de la figura de su madre, al punto de ovillarse y quedar inmóvil, son cosas que no interfieren con lo que de su obra queda (lo verdaderamente importante, pues) en la memoria sensitiva y el imaginario de la cultura en occidente. Pero esas curiosidades los plantan, creo, como seres de carne y hueso, amables y deleznables a la vez, hechos del barro sucio donde podemos reconocernos. Saber puede no servir, pero sí ayudar a comprender y releer de distintos modos. Todos saludables, sin duda.