Una vez Livia le había preguntado en plan polémico: “Pero ¿tú crees en Dios?” Él pensó entonces que en un dios de cuarto orden, un dios menor. Después, con el paso de los años, había llegado al convencimiento de que no existía ni siquiera un dios de última fila, sino tan sólo el pobre titiritero de un pobre teatro de marionetas siciliano, ese que trata de Carlomagno y los paladines de Francia. Un titiritero que se esforzaba en llevar a buen puerto las representaciones como mejor sabía y podía. Y en cada representación que conseguía sacar adelante, el esfuerzo era cada vez más arduo y agotador. ¿Hasta cuándo podría resistir?
Andrea Camilleri
El campo del alfarero
(Salamandra, Barcelona, 2011)