"Olga Orozco, una obra viva
y latente": Tamara Kamenszain
RICARDO SOLÍS
Cuando en 2014 se
cumplieron 15 años de la muerte de la reconocida poeta argentina Olga Orozco
–ganadora en 1998 del entonces Premio de Literatura Latinoamericana y del
Caribe Juan Rulfo, en el marco de la Feria Internacional del Libro (FIL) de
Guadalajara– la reverencia hacia su trabajo podía apreciarse en la continua circulación
de ediciones sucesivas de su Poesía
completa (Ed. Adriana Hidalgo), la prologuista de ese volumen compilatorio,
la escritora Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947), recordó en una conversación
que sostuvimos entonces a una de las voces más singulares del siglo XX en la poesía
de lengua española.
Esta entrevista se realizó
cuando, hace casi tres años, Argentina fue el país invitado de honor a la FIL, y
en ella Kamenszain evocó a Orozco como una autora de gran importancia, no sólo
porque se trata de la segunda mujer en haber obtenido el premio de mayor
relevancia que otorga la feria sino el primer autor –así, sin género– de su
país en conseguirlo; además, señaló, “ella amaba México, cuando yo viví aquí
entre 1979 y 1983, visitó este país; ella fue, en cierto modo, una discípula
del surrealismo, como muchos artistas mexicanos”.
De acuerdo con la
escritora, aquel viaje representó “una especie de liberación del ‘gris’
argentino, porque la poesía de nuestro país se caracterizaba, hasta su
generación, por ser muy abstracta y especulativa, algo que le gustaba mucho a
Octavio Paz; la generación de Olga –y de ahí viene, creo, su pasión por México–
comenzó a descubrir y ponerle más colores de lo latinoamericano (y lo indígena)
a la poesía argentina”.
Una detrás de otra
En palabras de Kamenszain,
es clave la relación de Olga Orozco con “una discípula que la superó en fama,
Alejandra Pizarnik, pero que se suicidó muy joven, aunque se volvió un ícono
para muchos escritores; pero yo creo que parte de la influencia de Olga viene a
partir de Pizarnik, como si detrás de la enorme atracción que ejerce su obra en
los jóvenes que la imitan –en toda Latinoamérica– estuviera Olga”.
Sin embargo, acota la
poeta, “ahora no se habla mucho ni hay tantos textos críticos sobre ella (como
sí los hay sobre Pizarnik) pero su obra sí se vende de manera permanente, lo
que en poesía es algo para tomar en cuenta, pues habla de que su legado vive, y
lo confirman las reediciones de su trabajo. De los poetas de su generación –a
los que llamo ‘post Oliverio Girondo’–, Enrique Molina y Francisco Madariaga,
me llama la atención que no son muy nombrados por los jóvenes y tampoco existe
mucha obra crítica acerca de ellos; y cuando nombras a Olga Orozco, todo mundo
sabe quién es (mis alumnos son un termómetro, si hablamos de ella no tengo que
explicarles de quien se trata)”.
Viva y latente
Este “camino” de la
tradición poética argentina parece garantizar que Olga Orozco seguirá teniendo
lectores en el futuro; indica Kamenszain que “una generación escribe un poco
contra la anterior para sacársela de encima, y en ese proceso recupera a la
antecesora de la que niega, así, lo que yo llamo ‘tradición’ camina en espiral,
no de modo lineal ni acumulativo”.
A este respecto, agrega,
“la escritura misma es para mí una experiencia, una práctica que se desarrolla
en espiral y no de forma lineal; va recuperando lo anterior y lo transforma. Yo
creo que hay algo de lo orozquiano que va a volver en las nuevas generaciones,
algo de su imaginario. Ahora lo que se escribe –pienso en la poesía de los más
jóvenes– está muy exento de metáforas, muy transparente, claro y directo; para
Orozco la metáfora era la herramienta fundamental y, estoy segura, eso va a
volver, transformado, pero los poetas tendrán que volver a usarla”.
En opinión de Kamenszain,
la poesía de Orozco “está viva, pero también en un estado de latencia, aunque
volverá a explotar en cualquier momento”.