jueves, 5 de abril de 2007

Obviedad (según yo)

No otra lección nos dejan las historias: somos una especie que vive para ser esclava de sus emociones y muy, pero muy dada al traste.

lunes, 2 de abril de 2007

Autorretrato...

Tengo la estatura, los ojos, el cabello y el tono de piel más comunes de este país. De mis órganos internos no respondo aunque, para ser sincero, tengo la impresión de que funcionan de manera defectuosa o simplemente trabajan a marchas forzadas porque su combustible no ha sido el indicado. Mis pies se quejan a veces y mi espalda todo el tiempo. Uso anteojos porque propuse una estupidez y Dios dispuso un castigo.
En mí, la ira y la felicidad son fáciles, de casco ligero. Adoro las palabras que la mayor parte de la gente desprecia porque su utilidad ofrece precisión y economía. Me precio de ser devoto de la virgen de Guadalupe, José Alfredo Jiménez y Chava Flores. Miento con una facilidad que me da miedo y digo la verdad con una flojera que me da risa. Abogo por que algún día mis genes sean irradiados con uranio.
Como todos, me levanto hediondo y despreciable. Aunque los animales me inspiran una rara piedad, confieso que ciertas partes de las vacas y los marranos son deliciosas si se exponen debidamente al fuego. Bebo para olvidar que no debería beber. Fumo porque me hace feliz en mucho y porque odio con odio jarocho a los idiotas que imaginan al diablo vestido de oncólogo. Amo algunos deportes y aquello que un inglés llamó “bestia de dos espaldas”. Soy distraído de más y, de poder elegir otro destino, escogería el de Tin Tán. Sostengo que las mejores películas del mundo son las de Mauricio Garcés y proclamo a los cuatro vientos que el mole de guajolote es superior al de gallina vil.
El azar lo prefiero en el juego. El juego lo disfruto más en ese templo que es la cama, donde mejor se practica la herejía. Reconozco que hubiera hecho lo mismo que Caín, Jacob y otros célebres tramposos. Busco siempre el injusto medio de las cosas. Quisiera que mis intestinos fueran invulnerables a tanta suculencia callejera. Defiendo el sueño guajiro de sus pobres detractores y me afilio a la liga mundial de cursis fundamentalistas. Soy pesimista y quiero a la vida por difícil. He dicho.

domingo, 1 de abril de 2007

Confesión...

Conozco el cariño de mucha gente; tal vez no tanta, pero en mi corazón es mucha. Mucha gente puede ser una persona, una sola que mire desde la paciencia y el desacuerdo.
Por razones que no vienen jamás al caso, no evito ser el injusto que soy (como ciertos bichos no evitan su ponzoña) y sólo reconozco que abandono y olvido por largo tiempo, me incomunico y dejo pasar los eventos del mundo como esperando que me ignoren y me cierren su puerta. Pero debo reconocer que a veces se topa uno con el vivo rostro de individuos que nos enseñan ciertos poderes sin nombre que la vida se guarda como sorpresas. Sin merecerlo, habito ciertas almas de personas pacientes que visitan mis huesos destartalados y pobres, que me hacen decir palabras que creía olvidadas y me insisten, con su ejemplo, que alegrarse es un tesoro que sólo un tonto desprecia (un tonto que soy con suma frecuencia).
Recibo el regalo de la compañía con el temor de quien no aporta con justicia un algo para sostener los vínculos que fraguan los recuerdos. Me siento como un niño regañado que sólo sabe lanzar virtudes para sus muchos tutores en la vida. Aprendo, sí, consigo mucho de cruzar palabras con personas que admiten y evitan juzgar de más. Me siento bien de saber que significo, sin buscarlo, en la vida de alguien que sabe ser amigo y resiste, desde su trono de bondades, mis muchas y estúpidas palabras de payaso.
No hay agradecimiento suficiente, aunque manifiesto lo colosal de mi admiración por esa rara condición de ser deslumbrante que algunos poseen. Ese tipo de personas comprende que las palabras son apariencia y mentira, pero que con ellas se construye la verdad.