miércoles, 22 de agosto de 2007

Residencia en Neruda

Siempre he creído en la poesía como una forma de la negación, como un producto o criatura que, en palabras de Neruda, nace “de un largo rechazo”. Ignoro si topé con ella por azar, si acaso me llamó o dio conmigo, si la busqué desde la infame nube de preguntas que fue la infancia para mí. Mi memoria no registra ese punto oscuro donde la lengua se tuerce y transforma, donde los ojos comienzan a borrar la superficie de las cosas y aquello que las nombra. Puedo rememorar la crespa cumbre de un árbol desde donde vi las formas de la luz como lo único. Puedo evocar, también, palabras que la gente arrugó como basura y lanzó al cesto común de mis oídos. Pero aunque bendiga las voces distraídas de aves ya muertas o el dolor que producen los venenos, no tengo la más mínima idea del comienzo de todo.
---La poesía puede ser concebida como una forma acendrada de la intuición, como algo que ofrece una respuesta clara e inservible que no puede referirse. Cuando escribo esto sólo tengo en cuenta mis impresiones y no pretendo establecer concepto alguno; me interesa más imaginar ese instante de encuentro donde queda la boca sin respuesta porque la razón no puede descifrar el truco que la realidad le ha impuesto como por azar. Incluso el lenguaje, dicho o escrito, ese rostro habitual del poema, no puede verse como un conjunto de piezas móviles que dependan por completo de nosotros; se trata de un proceso vivo, la escritura es el ejercicio de un accidente y cada gramática es un registro inacabado. Con esos materiales se desempeña el oficio más inocente y de mayor misterio de cuantos conozco.
---Dar con una línea o escuchar los sonidos tejidos de la calle nos conduce o hace detener, nos deja una impresión de verdad o cosa parecida que obliga a la coincidencia, pero siempre bajo el convencimiento de que no es definitiva dicha impresión. Neruda dice: “Hay algo enemigo temblando en mi certidumbre”, y ese enemigo es un NO que se opone a la existencia particular pero la confirma. Tal NO es el vértice donde se anudan las interrogantes y de donde parten los hilos con que se escribe la diaria prueba de que sentimos y que tal condición inexpresable nos determina. Por ese NO es que se fabrica otra vía que ofrece cauce a la intención de dar con algo que siempre queda más allá. El poema es la medida de esa tentación y ese acercamiento. Quien escribe, reordena y se basa en lo percibido y su interpretación. Quien escribe poemas añade a lo anterior la condena de saber que no se consigue timbrar el ánimo de otro sin alejarse de las convenciones; por eso el lenguaje debe ser transformado (sin atender a cómo pueda describirse tal mutación). El poeta apenas concibe una casa modesta que habrán de habitar los demás. Leer es levantar un templo cuyo dios aparente debe desaparecer para dar sitio al culto de su pobre testimonio, ahí donde todos (sin excepción) podemos encontrarnos.
---Así como no guardo memoria de un principio, tampoco tengo certeza de hacer lo debido. Me agrada la imagen del pez que se ve condicionado por el agua pero sueña con el aire sin saber nada concreto del mismo. Y, para no evitar una tercera mención, me adscribo al modo como Neruda, en un verso memorable, describe el estado del poeta como “un ruido de espadas inútiles que se oye” en el alma. En las palabras, aunque sean transformadas por el uso, late un ruidoso secreto del que apenas conocemos un eco que nos rozó durante el sueño. Y que no sirve de nada; quizá por eso sea tan necesario.