domingo, 5 de agosto de 2007

Patios

Todos los patios son particulares. El poeta latino Varrón consignaba, en una célebre alabanza a la vida pastoril, que en ningún otro lugar podía hallar la paz necesaria para la reflexión como en su solar de descanso en una villa no muy lejos de Roma. Comentaba también que no concebía mejor sitio para comer (bajo un enorme sauce que presumía poseer en su jardín, al lado de acacias, flores varias, un encino y dos menudos olivos), fuera un buen amasijo de verduras frescas aderezadas con aceite o pan remojado en los jugos de la carne que probaría, seguramente, en la noche mediterránea.
---Así como él, Santo Tomás gozaba de pasar ratos nada cortos bajo la luz solar de la tarde contemplando el cerco de flores que delimitaba su pequeño patio trasero, sólo Dios sabe qué demonios pasaba entonces por su cabeza pero no parece extraño que hubiera tomado la siesta o bebido un poco de vino.
---Laurence Sterne poseyó por muchos años una casa de campo que visitaba con frecuencia para poder jugar con sus perros, entablar alguna partida inofensiva de cartas con algún amigo, leer un buen libro o repasar los sermones de sus próximas prédicas.
---La poeta Esmeralda Rivas Morejón, nacida en Paraguay hace casi dos siglos, dejó anotado en sus memorias que si algo extrañaba de su casa familiar era la extensión del patio donde podía correr tras alguna abeja o mariposa, retirar la hierba nociva de los limoneros o arrojar un gato a la profunda noria que se hallaba al fondo de la propiedad.
---Durante su infancia, recordaba el clarinetista sinaloense Cruz Montiel, la parte anterior de la casa de su hermana mayor daba hacia la ribera del Río Fuerte, ahí pasó muchos días mojándose la sesera o espiando lavanderas.
---Ahora, me viene a la memoria que hace pocos años llevé a mi sobrino a conocer el patio en ruinas del lugar donde me criaron sus abuelos (el pobre vive en una ratonera de interés social sin más espacio libre que nueve metros cuadrados con suelo de cemento); el niño pasó asombrado más de cuatro horas recorriendo cada planta desconocida, cada bicho ignorado, cada piedra y cada pregunta que se le ocurrió sin poner atención a la respuesta que se le daba. Claro, no quiso abandonar el lugar sino a precio de lágrima, reclamo y berrido, estaba materialmente encantado.
---No lo culpo, ese pedazo de tierra se convertía en laguna tras las lluvias, las noches de marzo y abril se cubría de copechis, zumbaba de avispas cuando floreaban los mangos, el viento de diciembre conversaba ininteligible con los naranjos o el dátil, anidaban lechuzas blancas todo el invierno, había un alacrán bajo cada piedra, las raíces del guamúchil levantaban las losetas de la cochera, las hormigas dibujaron su ruta todos los veranos, las gallinas destruyeron cada intento de plantar hortalizas, los gatos del vecindario sufrieron el diente de los perros, la húmeda fronda de una higuera sirvió de escondite a una tortuga, todo tenía su sentido inexpresable.
---Más allá de la cursi evocación o la ramplona ridiculez de estas palabras, los patios bien parecen un espacio que no se retira ni desaparece. Pienso en mi sobrino que apenas habla y a partir de aquel día no deja de pedir que lo lleven a una casa que habrá de perderse dentro de poco y no volverá a pisar. ¿Puede darse una explicación que pueda eliminar el ansia? Parece que no. De cualquier modo, todo indica que tampoco yo veré muchas veces más ese patio.
---Me gusta la idea de pensar en los patios como Alberto Ruy Sánchez define los jardines en cierta novela (Los jardines secretos de Mogador), algo así como un espacio que uno encuentra a través del deseo para reinventarlo una y otra vez. Sin sucesos como estos es imposible que las palabras sirvan para más cosa que indicar, describir o señalar lo burdamente necesario. De modo feliz, nadie puede evadir la necesidad de volver a la imagen difusa del pasado para aclararla con lo que involuntariamente nos acosa o seduce.