sábado, 20 de octubre de 2007

Devoción

“Gracia de Dios, comida para el pobre” fue lo último que oyó decir Basilio a su maestro. Estaban en la plaza, como otras veces, pero en esta ocasión el viejo Cucufate no sermoneaba, no pedía por sus enemigos y sus huestes miserables. Ahora tenía los ojos vueltos hacia arriba y en el cuello un pozo de sangre derramándose. Basilio escuchó a la multitud burlarse del maestro como si fuera un puerco para la fiesta y, con una claridad terrible, sintió un odio del tamaño del amor que recordaba haber jurado para Dios.
---Del clan, sólo Basilio estuvo presente durante la ejecución. Cuando volvió a los subterráneos, volcó su rabia en el cuerpo de los otros, les injurió y reclamó su tibieza, su dejar morir al viejo con la cobarde resignación que él mismo llegó a predicar.
---Al día siguiente despertó en un extraño sosiego, recordaba con insistencia una de las frases del maestro: “Los sueños son la respuesta de Dios al sufrimiento”; entonces supo lo que tenía que hacer.
---El viejo era piadoso, cuando hablaba del mal lo hacía con la serena convicción de quien todo lo lee o lo escucha. Basilio siempre estuvo seguro de esa impresión. Guiado por su pesadilla, llegó al aposento principal y, de entre las vasijas, tomó una que estaba forrada con cuero de buey, semioculta, y salió a la superficie.
---Recorrió la ciudad como el mendigo que era, con rumbo al norte. Se internó en los desolados bosques de las tierras altas, donde sólo salteadores y asesinos cuando huyen. Creyó escuchar el aliento de los lobos y era su propio resollar, juró sentir el frío de la muerte en el rostro y sólo eran sus lágrimas y el viento.
---Cuando el cansancio lo venció, cayó de bruces sobre la tierra húmeda. Poco después, ya repuesto, estrelló la vasija contra un árbol y levantó del suelo los viejos rollos de papel. Con un cuidado reverencial los extendió y, con la poca luz de la tarde, comenzó a leer en voz alta: “Libro de las invocaciones de Simón el mago”...
---Meses después, un ejército de bárbaros arrasó con la ciudad que nada recordaba de Basilio. Cuentan, los pocos vivos, que llegaron al mando de un auténtico demonio, un hombre cuyos ojos ardían. Dicen que lo primero que hizo fue vaciar de cristianos las catacumbas y degollarlos a todos. Dijo, según se recuerda, llamarse Simón.