miércoles, 7 de enero de 2009

A setenta años de un proceso...

Este año habrá de cumplirse el aniversario setenta de un proceso que concluyó con la publicación de una de las novelas más importantes del pasado siglo y que, desde fines del año anterior, circula reeditada y con traducción revisada. El libro en cuestión es, nada menos, Sobre los acantilados de mármol (Tusquets, 2008), del narrador alemán Ernst Jünger (1895-1998).
Por mucho tiempo, buena parte de la crítica mundial ha caracterizado esta novela como “visionaria”, debido a la serie de asociaciones que pueden establecerse entre lo narrado y lo que acontecía entonces en Alemania. Por supuesto, no se trata de una completa coincidencia, como para muchos en su país, Jünger vivió un año decisivo en 1933, cuando accede Hitler al poder, no sólo veía en su figura “un peligro” evidente, rechazó pertenecer a la Academia de la Lengua y prohibió a los nazis hacer uso de sus escritos, además, se retiró de Berlín para vivir en provincia.
Jünger comenzó a escribir Sobre los acantilados de mármol en febrero de 1939 y la terminó en julio del mismo año, y el texto se publicó apenas meses después de producirse la invasión a Polonia (en septiembre), a lo que debe sumarse el hecho de que los eventos de la historia guardan una estrecha relación con el panorama social y político alemán, especialmente con su “encaminamiento al abismo”.
En una nota de su diario (2 de abril de 1946), Jünger –refiriéndose a su novela– que “los acontecimientos que estaban produciéndose en Alemania encajaban ciertamente en su marco, pero la obra no estaba cortada especialmente a su medida”, pero después califica la obra como “sueño” y “presentimiento”, en la que había “captado las cosas futuras”, puesto que mucho de lo que ahí se expresa se haría realidad “en la vivencia directa”.
La narración describe la destrucción de un país o región de características “civilizadas” (La Marina), a manos de los pobladores de la región de los bosques (más allá de la frontera natural que representan los acantilados de mármol y la zona intermedia en la que habitan los pastores), liderados por la tiránica figura del Guardabosque Mayor (personaje al que no es difícil relacionar directamente con la figura de quien entonces regía los destinos de Alemania).
Quien cuenta es un sobreviviente, habitante de esa misma frontera y entregado (al lado de su hermano) al estudio de la botánica y conciente de haber pertenecido, en el pasado lejano, a la misma orden del viejo tirano de los bosques, pero también conocedor de los detalles que van prefigurando la amenaza que se cierne sobre los pueblos que habrán de se ser invadidos.
Lo que impresiona, vivamente, es cómo el proceso de deterioro social va siendo descrito con minuciosidad y de modo gradual; las estrategias del Guardabosque Mayor no difieren (prácticamente) nada de aquellas que utilizaron los nacionalsocialistas para hacerse del poder, con especial acento en la promoción de lo mediocre y la destrucción del patrimonio intangible que nutre el espíritu de esos pueblos.
Asimismo, Jünger desarrolla con maestría la tensión en la novela, los hechos van siendo puestos a vista del lector a través de la sorpresa (horror, más bien) y posterior comprensión del testigo que, al final, sobrevive tras abandonar aquella región para convertirse en exiliado. El lenguaje (gracias a la traducción de Andrés Sánchez Pascual), guarda la intensidad poética e indeterminación que atraen; el mismo autor describió su propósito de este modo: “Es preciso que las frases hagan su entrada en la conciencia del lector igual que hacen su entrada en el circo los luchadores”. Y, aunque haya reparado Jünger en que eso no dependía de su voluntad, lo logra con creces; la intensidad es la marca que signa las páginas de Sobre los acantilados de mármol.
La novela se reeditó justo a fines de 2008, como para recordarnos la década de ausencia de Jünger entre los vivos, pero es este año que se cumplen siete décadas de un hecho histórico que coincide con la creación de una de las obras fundamentales de un siglo que se caracterizó por encontrar en el arte un vehículo para hacer patente la voluble y terrible condición humana. Bien vale acercarse a Sobre los acantilados de mármol, una lectura que no deja de ser perturbadora (y gratificante, si se piensa en las –tan– pocas novedades editoriales que resultan gratificantes hoy día).

* Publicado el día 7 de enero de 2009 en La Jornada Jalisco