jueves, 15 de enero de 2009

Rising Sun Pub

Un pub inglés en medio de un horno, así describieron a veces al Rising Sun Pub, un restaurante con buffet y bar que, por las tardes, de lunes a viernes, se poblaba de maestros y alumnos del Departamento de Letras y Lingüística de la Universidad. No es que fuera barato, simplemente era bello y acogedor. El mobiliario cumplía con aparentar aquello que aludía el letrero de la entrada; y su servicio, aunque tardado, era más que aceptable. Pero no es así que debe decirse lo que viene.
Verano. Tres de la tarde. Ella lleva una falda corta y, hasta ese momento, casi ni habíamos cruzado palabra. “Invítame un amaretto allá enfrente” dijo. Yo contuve mi opinión sobre los licores dulces y me dispuse a gastarlo todo. La colocación de las mesas en el lugar semeja, gracias a Dios y algunas divisiones de madera, un laberinto. Ella escoge un rincón difícil pero iluminado. Ambos hemos estado allí antes. Nunca juntos. Todo le divierte. Llegan su amaretto y mi cerveza. Juega con los hielos y vuelve a reír. Yo ausculto su blusa blanca y lo que deja entrever: dos preciosos motivos de curvada y no pequeña simetría. La plástica medialuna en que nos sentamos nos hace estar uno frente a otro pero muy cercanos. Ella habla de música y yo pacto con algunos de sus gustos. Me mira y su risa regresa. Bebe con limpieza, con austeridad. Su lengua repasa el borde del vaso y yo sólo recuerdo la impaciencia de la mía.
Una canción de Journey inunda el ambiente. A ella le gusta, la repite como puede. Contesta mis bromas con una caricia para mi rostro. La beso. Responde. Coloca sus dedos en mi cuello y viaja hacia mi espalda. Se retira un poco. Toca mi frente con la suya y su sonrisa se hace más suave. Sube un muslo al asiento. Pude ver bajo su falda. Ella sabe que la veo. Sabe que mi mano izquierda sube por su muslo derecho y conoce su destino. Ella acerca su cuerpo y apresura el encuentro de su vértice y mi mano. Es ella quien se mueve. Yo no importo pero tomo su rostro y la beso de nuevo. Y este beso es la ciega adaptación de una ansiedad a otra, con otra.
¿Dónde estuvo todo en esas horas? Ella subió a mis piernas y abrió su blusa. Ella descubrió sus pechos y condujo mi boca hacia ellos. ¿Quién veía? ¿Importa? Ella repetía un poema en una lengua de un solo sonido. Se movía de acuerdo con su respiración y acompañaba la mía. Contó a mis manos, sin palabras, cómo y hacia dónde dirigirse. Puso mis dedos dentro de su ropa, dentro de su cuerpo. Yo recorrí el mismo camino cientos de veces. Ella probó mi sabor y el suyo. No se quitó nada y se desprendió de todo. Yo no supe (y sigo sin saber) qué puede hacer un hombre para merecer cierta fortuna, cierta conjunción astral.
Salimos cuando el lugar cerraba. En estricta justicia, el bar fue nuestro durante esas horas. Ella sabía que no iríamos a ninguna parte juntos después de eso. Sabía, también, que no volvería a verla jamás. Yo perdí un día completo de clases. Y gané mi derecho a no arrepentirme de ciertas felicidades.
* Es este un texto viejísimo, pero no había sido publicado jamás. De algún modo puede servir para su mejoría que aquellos pocos que lo lean y me topen -digo- me refieran algo respecto de él...