No tengo idea de cómo hacer para poner en orden algunas cosas que debo hacer... Fatalmente, lo más seguro es que no haga nada de lo que debo (o debería)... Tal vez algunas lecturas, pequeñas correcciones a diversos textos, intentos fallidos de provocar algunos "nuevos"; en fin, ya se verá... Por lo pronto, dos semanas por delante para ver si puedo tomar una decisión que vaya de acuerdo con esta edad de tuerca y émbolo que no consigo interpretar de manera que asegure para mí un poco de sosiego... Ojalá esa abultada agenda de Dios me tenga contemplado en un margen menos oscuro que el habitual...
viernes, 30 de marzo de 2007
miércoles, 28 de marzo de 2007
Homeland blues...
La ciudad donde nací descansa irredimible su fatiga de sol y polvo, fachadas de ruina y cada vez menos árboles. Miro a las personas como escapadas de la vida o de sí mismos, no sé, tengo la impresión de que aquel silencio que de niño percibí se ha hecho más grande y espeso.
Mis sentimientos no descansan jamás en lo definitivo, por eso no puedo decir si acaso es tristeza o asombro lo que me inunda cuando estoy de paso por las casas de los míos y sus fotografías, cuando gradualmente me entero de noticias pasadas de moda o veo como mis amigos (los pocos que soportan verme sin máscara) ríen conmigo a cada trago de cerveza.
Quizá las cosas no se mueven, tal vez transcurren mohosas como afiches de pared que sólo envejecen y aceptan su destino con estoica paciencia. A lo mejor esperan la justa muerte, puede ser que ya la hayan encontrado y no alcancen a saber cómo demonios ejercerla.
Pienso en Ramón López Velarde y aquella su imagen verbal de un patio deteriorado y vacío donde una cubeta recibe, indolente, la gota incesante que marca el tiempo de su progresiva degradación. Pienso también en la idea imposible de volver como una semilla que regresa sobre sus pasos.
Me dejo seducir por el rostro múltiple de una edad que tuve y en ocasiones extraño, pero que ahora miro a la distancia como quien asiste al cine para decepcionarse de sí mismo al descubrir la triste figura en la que nos convierten el tiempo y nuestras palabras. Sé que el paraíso debe ser siempre, por fuerza, una idea pasajera. Jamás creí que tan breve.
Mis sentimientos no descansan jamás en lo definitivo, por eso no puedo decir si acaso es tristeza o asombro lo que me inunda cuando estoy de paso por las casas de los míos y sus fotografías, cuando gradualmente me entero de noticias pasadas de moda o veo como mis amigos (los pocos que soportan verme sin máscara) ríen conmigo a cada trago de cerveza.
Quizá las cosas no se mueven, tal vez transcurren mohosas como afiches de pared que sólo envejecen y aceptan su destino con estoica paciencia. A lo mejor esperan la justa muerte, puede ser que ya la hayan encontrado y no alcancen a saber cómo demonios ejercerla.
Pienso en Ramón López Velarde y aquella su imagen verbal de un patio deteriorado y vacío donde una cubeta recibe, indolente, la gota incesante que marca el tiempo de su progresiva degradación. Pienso también en la idea imposible de volver como una semilla que regresa sobre sus pasos.
Me dejo seducir por el rostro múltiple de una edad que tuve y en ocasiones extraño, pero que ahora miro a la distancia como quien asiste al cine para decepcionarse de sí mismo al descubrir la triste figura en la que nos convierten el tiempo y nuestras palabras. Sé que el paraíso debe ser siempre, por fuerza, una idea pasajera. Jamás creí que tan breve.
Percibo la tensión de los otros cuando juegan a vivir sin la posibilidad del abandono, cuando buscan y, fatalmente, encuentran algo de grillete en las cosas. Mi casa está secándose y mi memoria se borra. Demasiados rostros, demasiado paisaje me deja sin voz. Dolores de otros que hago míos sin que a nadie le importe. Y un pesar terrible por aquellos que no alcanzo a encontrar.
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