
El libro era como un bebedizo que tenía aroma y sabor, que embriagaba incluso al tacto. Era una sensación hondísima e inexplicable, anterior a la experiencia formativa y, desde luego, a aquella primera visita a la Biblioteca. Sí, el libro también era como un trozo de aquel más allá que le turbaba con frecuencia, un precioso fragmento de otros mundos que, como un milagro, llegaba a sus manos.
Antonio Colinas
El crujido de la luz
(Edilesa, España, 1999)