
Confieso no creer en el tiempo. Me gusta doblar mi tapete mágico, después de usado, en tal forma que una parte del dibujo se superponga a la otra. Aunque las visitas tropiecen. Y encuentro el más elevado placer de la ausencia de tiempo -en un paisaje elegido al azar- entre mariposas raras y sus plantas alimenticias. Es el éxtasis, y detrás de éxtasis está otra cosa algo difícil de explicar. Es como un vacío momentáneo al que se precipita todo lo que amo. Un sentido de unión con el sol y la piedra. Un estremecimiento de gratitud, dirigido a quien corresponda: al genio contrapunteado del sino humano o a los afectuosos fantasmas que miman a un mortal con suerte.
Vladimir Nabokov
Habla, memoria
(Edivisión, México, 1992)