domingo, 16 de diciembre de 2007

Deuda de indigno...

Sólo tengo conjeturas acerca de cómo surgió en mí el gusto por las historias o la gana (infantil e ilusa, por supuesto) de descifrar el incesante rompecabezas del mundo. No dejo de aceptar, por otro lado, que mi afición de hoy es cosa de no mucho lustre, creo que de haber sido más inteligente y menos irresponsable hubiera conseguido alegrar el corazón de mi madre con una mejor preparación o un decente desempeño en lo que hiciera. Pero, finalmente, las cosas son como son y no hay modo de cambiarlas.
---Aunque no sea el tipo más metódico, las virtudes del espíritu científico y sus magias fueron despertadas en mi espíritu gracias a un programa de televisión que, por aviso de mi maestra, descubrí mientras cursaba el sexto año de primaria. Cosmos, bajo la conducción del científico Carl Sagan, fue mi oráculo y el inicio de un asombro indescriptible y progresivo por el dato que llegó (en mí) a tener momentos de ridículo.
---El señor Sagan no solamente ofrecía la jugosa anécdota que ubicaba en tiempo tal o cual descubrimiento científico, también se desplazaba por el mundo para mostrar (en lo posible) los escenarios donde lo que refería se hubiera efectuado. Recorría la isla de Mileto y hacía notar el pozo donde Tales cayó por abstraído, surcaba el mar en el barco de Cook o visitaba añosas habitaciones donde ocurrieron milagros que hoy día venera la ciencia.
---En esas fechas (hace más de veinte años) pasaba la mitad de mi tiempo dibujando, jugando béisbol o comiendo, nada me interesaba más; lo fascinante fue que la escuela (hasta ese momento aburrida y de nulo interés para mí) se transformó ese año en un lugar de descubrimiento verdadero gracias a mi maestra de sexto grado: la profesora Dolores Estrella Duarte.
---No exagero ni miento si digo que mucho de mi empecinamiento, mi terquedad para averiguar ciertas cosas o experimentarlas, se lo debo a ella. Mi grupo era un coctel de buenos estudiantes (increíble pero cierto) que prometía una explosión subversiva a baja escala en corto plazo, y ella supo manejar el tesón y la soberbia de muchos que hoy, estoy seguro, no dejarían de reconocerlo o dar gracias.
---Mi lección mayor (jamás aprendida de modo debido) fue la de la honestidad, la de no ser sino el que emocionalmente (en todo lo demás uno es tanta cosa que ni de uno depende) uno es. La profe Dolores podía estimarnos, pero no iba a permitir que eso le impidiera darnos un escarmiento cuando lo merecíamos (y vaya que era buena para eso). Yo fui una de las muchas bestezuelas inmundas que aprendieron mucho (bueno, ahora creo que no lo suficiente) con su ejemplo y dedicación.
---Sé que no podré darle las gracias del modo que merece pero tampoco ignoro que dentro de su prodigiosa memoria guarda algún recuerdo de mí. Sé también que mi generación completa, aquel grupo disperso y a veces execrable, sabe de lo que hablo y reconoce (o debiera reconocer) lo mismo.
---Imagino que si Dios es justo no puede ser manirroto, por eso convendría pedirle que estrellas de ese tipo, de tan enorme como infrecuente luz, no falten en el camino de cualquiera. Confieso que fui afortunado. Lamento sólo esta prosa innoble.