sábado, 29 de diciembre de 2007

Aparcados junto al océano

busco palabras dulces como la sombra de los árboles.
Mis ojos son los bosques.
La llegada del agua es un largo sueño.

Todas las cosas tienen la forma de mi mano.
Las ventanas se encienden. Algunos hombres miran
la oscuridad, saben lo que desean
pero no saben lo que necesitan.
El cielo quema. Hopkins
mira caer la nieve en los bosques nocturnos,
Robert Lowell mira desde un taxi las luces de Nueva York.

Aparcados junto al océano
nuestras palabras eran
las olas y el castillo contra el que dan las olas.
Palabras dulces, algo que no puedas
entender ni olvidar.
Vemos pasar los ángeles de Milton
y los cisnes salvajes de W. B. Yeats.
Al final del poema está la muerte.

Ángeles parecidos a la luz de un incendio,
cisnes como la sombra de los bosques.

Mi padre conducía siempre coches usados.
Los domingos, casi de madrugada,
cruzábamos despacio la ciudad: calles frías,
letreros encendidos, casas oscuras.

Los que dicen -escribe Paul Celan- la verdad
expresan sombras. La primera luna
es del tigre -decía Pound. Los días
eran largos, pero la vida es corta.

Mi padre buscaba estaciones de radio.
Yo veía las torres de la luz, el cielo
extraño de las fábricas.

La lentitud de los poemas mueve el agua de la mano.
Las palabras de ahora
arrojaban su sombra como un jardín
parece el movimiento oscuro de los cuerpos dormidos.
La sombra de un jardín es el silencio.

Aparcados junto al océano,
vi una estrella caer entre las luces rojas de la costa y pensé en mí.
Cierro el libro: como animales, como redes,
las sombras se retiran. La ventana
que ilumina el abismo, es también el abismo.

Busco palabras como la luz que sube desde el frío
de la noche al sonido azul de las palmeras.
El poema es una fuente: hundo
en él la mano, el agua pone anillos en mis dedos.
El poema es un cuerpo: lo acaricio,
la humedad de su piel deja en mi mano
un animal vacío.

Aparcados junto al océano
no hay palabras hermosas igual que enredaderas,
luces con corazón de leopardo en el oro de los parques;
no hay libros más hermosos que la vida.

Aparcados junto al océano
la noche es el libro; la muerte, una manzana.

Benjamín Prado
Cobijo contra la tormenta (Poesía 1986-2001)
[Hiperión, Madrid, 2002]