domingo, 1 de abril de 2007

Confesión...

Conozco el cariño de mucha gente; tal vez no tanta, pero en mi corazón es mucha. Mucha gente puede ser una persona, una sola que mire desde la paciencia y el desacuerdo.
Por razones que no vienen jamás al caso, no evito ser el injusto que soy (como ciertos bichos no evitan su ponzoña) y sólo reconozco que abandono y olvido por largo tiempo, me incomunico y dejo pasar los eventos del mundo como esperando que me ignoren y me cierren su puerta. Pero debo reconocer que a veces se topa uno con el vivo rostro de individuos que nos enseñan ciertos poderes sin nombre que la vida se guarda como sorpresas. Sin merecerlo, habito ciertas almas de personas pacientes que visitan mis huesos destartalados y pobres, que me hacen decir palabras que creía olvidadas y me insisten, con su ejemplo, que alegrarse es un tesoro que sólo un tonto desprecia (un tonto que soy con suma frecuencia).
Recibo el regalo de la compañía con el temor de quien no aporta con justicia un algo para sostener los vínculos que fraguan los recuerdos. Me siento como un niño regañado que sólo sabe lanzar virtudes para sus muchos tutores en la vida. Aprendo, sí, consigo mucho de cruzar palabras con personas que admiten y evitan juzgar de más. Me siento bien de saber que significo, sin buscarlo, en la vida de alguien que sabe ser amigo y resiste, desde su trono de bondades, mis muchas y estúpidas palabras de payaso.
No hay agradecimiento suficiente, aunque manifiesto lo colosal de mi admiración por esa rara condición de ser deslumbrante que algunos poseen. Ese tipo de personas comprende que las palabras son apariencia y mentira, pero que con ellas se construye la verdad.