Tengo la estatura, los ojos, el cabello y el tono de piel más comunes de este país. De mis órganos internos no respondo aunque, para ser sincero, tengo la impresión de que funcionan de manera defectuosa o simplemente trabajan a marchas forzadas porque su combustible no ha sido el indicado. Mis pies se quejan a veces y mi espalda todo el tiempo. Uso anteojos porque propuse una estupidez y Dios dispuso un castigo.
En mí, la ira y la felicidad son fáciles, de casco ligero. Adoro las palabras que la mayor parte de la gente desprecia porque su utilidad ofrece precisión y economía. Me precio de ser devoto de la virgen de Guadalupe, José Alfredo Jiménez y Chava Flores. Miento con una facilidad que me da miedo y digo la verdad con una flojera que me da risa. Abogo por que algún día mis genes sean irradiados con uranio.
Como todos, me levanto hediondo y despreciable. Aunque los animales me inspiran una rara piedad, confieso que ciertas partes de las vacas y los marranos son deliciosas si se exponen debidamente al fuego. Bebo para olvidar que no debería beber. Fumo porque me hace feliz en mucho y porque odio con odio jarocho a los idiotas que imaginan al diablo vestido de oncólogo. Amo algunos deportes y aquello que un inglés llamó “bestia de dos espaldas”. Soy distraído de más y, de poder elegir otro destino, escogería el de Tin Tán. Sostengo que las mejores películas del mundo son las de Mauricio Garcés y proclamo a los cuatro vientos que el mole de guajolote es superior al de gallina vil.
En mí, la ira y la felicidad son fáciles, de casco ligero. Adoro las palabras que la mayor parte de la gente desprecia porque su utilidad ofrece precisión y economía. Me precio de ser devoto de la virgen de Guadalupe, José Alfredo Jiménez y Chava Flores. Miento con una facilidad que me da miedo y digo la verdad con una flojera que me da risa. Abogo por que algún día mis genes sean irradiados con uranio.
Como todos, me levanto hediondo y despreciable. Aunque los animales me inspiran una rara piedad, confieso que ciertas partes de las vacas y los marranos son deliciosas si se exponen debidamente al fuego. Bebo para olvidar que no debería beber. Fumo porque me hace feliz en mucho y porque odio con odio jarocho a los idiotas que imaginan al diablo vestido de oncólogo. Amo algunos deportes y aquello que un inglés llamó “bestia de dos espaldas”. Soy distraído de más y, de poder elegir otro destino, escogería el de Tin Tán. Sostengo que las mejores películas del mundo son las de Mauricio Garcés y proclamo a los cuatro vientos que el mole de guajolote es superior al de gallina vil.
El azar lo prefiero en el juego. El juego lo disfruto más en ese templo que es la cama, donde mejor se practica la herejía. Reconozco que hubiera hecho lo mismo que Caín, Jacob y otros célebres tramposos. Busco siempre el injusto medio de las cosas. Quisiera que mis intestinos fueran invulnerables a tanta suculencia callejera. Defiendo el sueño guajiro de sus pobres detractores y me afilio a la liga mundial de cursis fundamentalistas. Soy pesimista y quiero a la vida por difícil. He dicho.