viernes, 29 de agosto de 2008

Necesidad de imaginar (I)

Viejo rudo, fornido y bien armado en términos discursivos, Conan Doyle -se sabe- creó uno de los personajes más famosos de la literatura (Sherlock Holmes), pero como tantos otros dicho "ser del aire" ha sido tan transformado por la imaginación popular (viciada o enriquecida por el cine -y de esto sobran ejemplos, baste ver cualquier película donde aparezca Mr. Hyde-) que no queda otra que regresar a los libros (ja).
Este asunto me viene a cuento porque de nuevo leí Estudio en escarlata (creo, de 1887), esa primera novela en la que nace (bajo el relato del Dr. Watson) la figura del ilustre detective 'amateur'. ¿Sorpresas? Claro. Sobre todo, olvidos. No recordaba (hacía tanto -más de 15 años- que no la leía) que el buen Sherlock puede ser brillante pero sus conocimientos se hallan limitados a ciertas áreas (Watson se asombra de que desconozca a Carlyle), además, se deja seducir con facilidad asombrosa por la adulación (y qué provecho saca de ese detalle el mismo Watson, algunas veces). Carajo, creo que mi mente guardó más la imagen de Basil Rathbone al interpretarlo en algunas películas que (en mi adolescencia) me parecían geniales, como vicio heredado de mi padre (lo mismo que mi afición al western).
Pero bueno, con todo, debo agradecerle al buen Conan Doyle que jamás olvide cómo las novelas tienen, entre sus más importantes componentes, el producir entretenimiento y despertar la imaginación reflexiva. Y, todavía más, dejar en boca de Holmes sentencias excelentes de las que se desprenden lecciones imborrables (una de las que más aprecio es aquella donde nuestro querido detective freak nos deja claro que "en ausencia de imaginación no hay horror posible"; y sigan preguntándose acerca de la importancia de leer)...

(Pretendo seguir leyendo los libros subsiguientes en que Holmes aparece, aunque todavía falta ver si me da para más basura nostálgica como esta)